En uno de sus libros, titulado “La hora duodécima” Shakespeare dijo:
"Me elogian, o me ponen en ridículo; mis enemigos dicen claramente que soy como un asno; así que por medio de mis enemigos, me beneficio del conocimiento de mí mismo, y a través de mis amigos, me siento tratado indebidamente”
"La cordura del hombre detiene su furor, Y su honra es pasar por alto la ofensa" (Proverbios 19:11)
que buena idea la de Shakespeare para no entender la ofensa como tal, sino como un espejo en el que reflejarnos. Realmente es mejor una ofensa que un halago; cuando nos halagan perdemos los papeles y no queremos perder la buena impresión que causamos en los demás. Los halagos nos hacen perder el rumbo, hacen que cambiemos en nuestro proceder con tal de seguir agradando a los hombres.
"Pues, ¿ busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo." (Gálatas 1:10)
"__Procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres"
(2ªCorintios 8:21)
Osea, no debo agradar a los hombres, pero debo hacer las cosas honradamente delante de ellos igual que lo hacemos delante de Dios. Pensé, que quizás, no buscar el favor de los hombres era no importarme nada lo que pudieran pensar de mí, mientras que lo que hiciera, agradara a Dios.
"__Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno." (Colosenses 4:5-6)

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